lunes, 17 de febrero de 2014

El amor es de los pocos sentimientos que tienen una doble cara, que tiene efectos secundarios.

El amor nos llena de felicidad y de alegría, nos hace sentirnos especiales. Hace que tengamos una sonrisa de idiotas en la cara durante todo momento. El amor nos llena el estómago de cosquilleos, de nervios. El amor nos completa, sin el amor, no seríamos seres humanos.

Pero el mismo amor que nos da la felicidad, nos la quita. Nos destroza el alma en miles de pedazos. Nos clava puñales llenos de mentiras y de lágrimas. Simplemente llega un momento en el que el amor, ese dulce amor que sentíamos, se convierte en dolor. Un dolor abrasador, un dolor que nos destroza por dentro hasta que ya no queda nada. El mismo dolor que hace que la vida ya no nos parezca tan bonita. Ese dolor que consigue que queramos desaparecer de la tierra para poder olvidar.
Y ese dolor, el que sentimos cuando se acaba el amor, ese, es el peor de todos.

Así que supongo sí, me enamoré una vez.
Lo único es que yo me quedé estancada en esa doble cara del amor, la del dolor.





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