El amor es de los pocos
sentimientos que tienen una doble cara, que tiene efectos
secundarios.
El
amor nos llena de felicidad y de alegría, nos hace sentirnos
especiales. Hace que tengamos una sonrisa de idiotas en la cara
durante todo momento. El amor nos llena el estómago de cosquilleos,
de nervios. El amor nos completa, sin el amor, no seríamos seres
humanos.
Pero
el mismo amor que nos da la felicidad, nos la quita. Nos destroza el
alma en miles de pedazos. Nos clava puñales llenos de mentiras y de
lágrimas. Simplemente llega un momento en el que el amor, ese dulce
amor que sentíamos, se convierte en dolor. Un dolor abrasador, un
dolor que nos destroza por dentro hasta que ya no queda nada. El
mismo dolor que hace que la vida ya no nos parezca tan bonita. Ese
dolor que consigue que queramos desaparecer de la tierra para poder
olvidar.
Y ese dolor, el que sentimos cuando se acaba el amor, ese, es el peor de todos.
Y ese dolor, el que sentimos cuando se acaba el amor, ese, es el peor de todos.
Así
que supongo sí, me enamoré una vez.
Lo único es que yo me quedé estancada en esa doble cara del amor, la del dolor.
Lo único es que yo me quedé estancada en esa doble cara del amor, la del dolor.