sábado, 8 de febrero de 2014

Recuerdo el momento exacto en el que me perdí a mi misma. El momento exacto en el que mi alma me abandonaba.

Fue aquel frío día de enero. Aquel día en el que tu recuerdo se me clavaba bien adentro.
No sé cómo llegué hasta allí, no cómo logré salir. Pero finalmente escapé, escapé del frío de mi pecho.

Al principio pensé que estaba al borde de un abismo lleno de inmensa oscuridad. Creí que nada podría salvarme de la caída que me esperaba. Que nada lograría sacarme de mi propia soledad. Pero al final, simplemente, sucedió. Lo logré. Escapé de la oscuridad y de la eterna soledad.

Y lo mejor de todo es que nadie vino a socorrerme, a salvarme. Fui mi propia socorrista, me salvé a mi misma. Me salvé de la eterna espera que tanto me desespera.

Me agarré al olvido de algo que ya no era mío. Soporté los fríos besos que me proporcionaban tu recuerdo. Durante días, durante meses, durante miles de lágrimas que no iban a ninguna parte y que a la vez viajaban más que yo.

Soporté durante mucho tiempo al eco de tu recuerdo. Diciéndome que me echaba de menos a la vez que me alejaba de él. Diciéndome todas las mentiras que luego, yo me creía.  


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